Hace unos días hemos tenido una de esas catas que difícilmente pueda pasar inadvertida, de esas que calan profundamente y recuerdas durante muchos años con nostalgia. Somos una docena de sumilleres los que hemos tenido la suerte y el placer de enfrentarnos a 8 vinos Nobles con una historia sobresaliente. Un pasado lleno de matices que envuelve el paladar, que colma el olfato de incontables aromas. Unos vino que a medida que conforme avanza la cata el viaje por ese universo de fragancias se hace largamente delicioso.

Los vinos que hemos catado son:

Los Pedro Ximénez de los años: 1929, 1946, 1955, 1965, 1986 y 2002.

Amontillados de los años: 1951 y 1971.

Todos procedentes de las Bodegas de Toro Albalá.

Comenzamos recordando el origen de los vinos, a Peter, ese pastor que llega a Montilla con una cepa bajo el brazo y comienza a trabajar la tierra a casi 45º. Pronto empiezan a destacar sus vinos por la calidad, llegando a expandirse de tal manera que alcanzan un reconocimiento creciente anualmente a la vez que aumenta su sabiduría, experiencia y calidad. Es también cuando me acuerdo de los bodegueros bordeleses diciendo que si ellos hubiesen descubierto este vino, el reconocimiento hoy en día estaría a la par de los vinos más nobles franceses los Sauternes entre otros.

Volviendo a la cata, he de decir que todos y cada uno de ellos son magníficos, pero uno de ellos me impactó enormemente por su frescura, intensidad aromática y extraordinario sabor, y es el Pedro Ximénez de 1955, vino que hasta el mismísimo Parker ha otorgado sus 100 puntos a la añada de 1946.

A pesar de estas virtudes, siempre hay que reseñar el desapego que sienten muchos sumilleres ante vinos que tranquilamente pueden calificarse como “lo mejor del mundo”. Son profesionales que distan bastante de un criterio, a los que les da igual un vino que otro. No se sienten en la responsabilidad de recomendar y asesorar lo que más le conviene a cada cliente y mucho menos a cada plato. Están para servir lo que les piden y no para vender., como autómatas, como cajeros de supermercado. Gente que se aferra a ese trabajo hasta que puedan cambiarlo por uno más cómodo. Es fácil identificar a aquellos que no han trabajado en hostelería o que lo han hecho pero no sienten ese algo especial al comprender el mundo del vino. 

Cuando un sumiller sujeta en sus manos cualquiera de estas botellas que hemos catado hoy, es capaz de apreciar el paso del tiempo, de la evolución constante que ha sufrido el vino. Y cuando se cata uno de estos vinos la sensación es casi inenarrable. La dificultad viene cuando empezamos a pensar en cómo vender una de estas botellas por su elevado coste. Es esa la difícil función del sumiller, abrir el conocimiento de la existencia de estas reliquias al consumidor ya sea buscando introducirlo en un menú maridaje o una cena organizada. Afortunadamente contamos con excelentes sumilleres que gracias a su inquietud en descubrir, conocer y aprender de toda esa literatura que rodea a los vinos Nobles, véase Sauternes, Tokaji, Brandy, Jerez, Oporto, Pedro Ximenez, etc…son capaces de hacer disfrutar a cada una de esas personas que se sientan en la mesa de un restaurante para ser sorprendido gratamente.