Viajar en el tiempo.
A lo largo de nuestra vida hay momentos inolvidables, esos días que tus apetitos son diferentes a los de otros días, y esto hace que atesoremos esos momentos en un lugar muy especial de la memoria.
Todos hemos experimentado esos cambios, aparentemente caprichosos, en algún momento sobre todo en el mundo del vino y la gastronomía. En mi caso, estos cambios suceden debido a mi resistencia a no acomodarme en una sensación de repetición que, por muy acogedora que me resulte, acabará cansándome.
En más de una ocasión, tanto a mis clientes como a toda persona con la que hablo de vino, he transmitido la necesidad de mantener la mente abierta a nuevas ideas o sensaciones, ser generosos en cada botella sin importar la edad, procedencia, composición o tipo de vino. Una actitud positiva siempre ayudará a dialogar con el vino y a comprenderlo mejor.
En cambio, si nos obcecamos en beber siempre lo mismo sin pasar de la típica valoración de `me gusta o no me gusta´ no iremos más allá de nuestros límites auto-impuestos.
Los vinos que guardamos.
Una joya guardada para un momento especial, una celebración a la altura de ese vino que compramos pensando en un momento concreto que nunca acaba de llegar. Vinos que después de años guardados en nuestra bodega empiezan a parecer simas inalcanzables por las enormes expectativas que les otorgamos.
Mi “manjar de dioses” es mi Finca La Planeta de 1995. Ese vino que he guardado durante todos estos años para ese `día especial´. Un vino que pasó sin mucho “glamour” entre la prensa especializada pero que a mí me marcó indeleblemente.
Finca La Planeta de Bodegas Pasanau procede de una viña plantada bajo la Morera del Montsant. Entonces poseía un color rojo cereza muy intenso, con cantidad de antocianos, abundante lágrima. Perfumes muy diversos, intenso, largo, con notas vegetales secas, rebosante de fruta negra, café, tabaco, especies y el carácter que imprime un suelo volcánico. Y en boca, carácter amplio, con cuerpo de paso lento fruta ligeramente almibarada.
El pasado domingo decidí que ya era el momento de sacarla de su letargo y disfrutarla. El momento ideal es cuando te apetece, sin un momento importante y sin necesidad de una comida especial.
El vino, inevitablemente, ha cambiado con el pa-
so de los años. Hoy nos encontramos el vino evolucionado, con el color pasando a un marrón teja, brillante. De perfume amplio y muy complejo entre los que destaca el aroma a cuero tabaco frutos secos y una fruta madura bien ensamblada con la madera. En la boca puro elixir mostrando su excelente estructura que al paso del tiempo ha conservado impecablemente.
En definitiva, creo que esperar abrir un vino que has estado guardando para una celebración especial no siempre es una buena elección. Disfrutemos de los vinos cuando nosotros queramos y no cuando lo dicte el calendario.